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Publicado: 12/12/2009
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Fuente: Perfil Turismo

En Argentina, el paracaidismo despegó en 1947. Al saltar, hay 45 segundos de caída libre y un descenso a un promedio de 300 km/h, durante 10 minutos. Una lección de libertad y coraje extremo.

Para los paracaidistas, la libertad se encuentra a 3 mil metros sobre las cabezas de quienes los miramos desde el suelo. Tal vez los anima no tanto la romántica idea de una Tierra sin fronteras sino la cantidad de posibilidades con las que cuentan actualmente para disfrutar suspendidos en el aire, algo que asombraría a los pioneros.

Para Mónica Barber, secretaria de relaciones públicas de la Federación Argentina de Paracaidismo y jueza nacional de la disciplina con diez años de práctica, el paracaidismo es algo que se lleva en la sangre. “Hace años que los paracaídas dejaron de ser redondos. Hoy la actividad se ha diversificado mucho, con una variedad de prácticas que han extendido los límites de lo que antes se consideraba posible en el aire.” Más allá de las modalidades competitivas más difundidas como el paracaidismo de precisión o precisión de aterrizaje (el paracaidista debe tocar un blanco con su talón), le dio pie a especialidades como el salto base (desde cualquier altura natural o artificial de la Tierra), el skysurf (surfeando el viento con una tabla como la de sandboard), el swoop (aterrizaje extremo que culmina con desplazamiento al ras de la superficie) y el wingsuit (con un traje especial que convierte al paracaidista en una especie de murciélago) “y que se está haciendo cada vez más popular”, subraya Barber.

En nuestro país, el paracaidismo ingresó en una nueva era a partir de 1947, cuando los que hasta ese momento habían sido hechos aislados de coraje extremo maduraron en deporte. Los tipos de paracaídas (muchos caseros), los estilos de caída y los de aterrizaje empezaron a conformar el andamiaje de una actividad que creció, paradójicamente, con el cielo como techo. En 1962, un grupo de paracaidistas civiles fundó la Federación Argentina de Paracaidismo y sentó las bases. Ese mismo año, el aeródromo de Rosario sería testigo del primer campeonato argentino de paracaidismo. A 47 años de aquel despegue, la actividad está en todo el país, potenciada por cantidad de logros y múltiples competencias, como la de nivel nacional que tuvo lugar hace unos días en Fly Ranch, en el Aeródromo Público Gómez (Ruta 2 Km 65, La Plata). “La actividad tuvo un pico en los 90”, asegura Alejandro Higuero, instructor del Club de Paracaidismo Lobos. “Con la caída de la economía también cayó la actividad. Ahora hay un repunte. Lo que se mantuvo inalterable es la motivación. A mis alumnos les pasa lo mismo que a mí a los 18: si el fin de semana pinta lindo no aguantan las ganas de venir a saltar.”

Teniendo en cuenta que las aptitudes psicofísicas deben estar entre los parámetros normales (confirmadas por examen psicofísico) y que lo que se va a hacer en el aire se practicó en tierra, todo salto empieza con una subida. Se asciende regularmente con una avioneta (Cessna o similar) aunque también puede ser en globo aerostático o helicóptero. Una vez alcanzada la altura ideal, es el momento del salto: primero una caída libre de 35 a 45 segundos hasta la apertura del paracaídas (que puede ser automática). A partir de ahí siguen de cinco a diez minutos de descenso, dependiendo del estilo o la técnica. Por ejemplo, si es un salto tándem, que es lo habitual en “salto de bautismo”, con un instructor que lleva un paracaídas especial y al debutante amarrado por un arnés ($ 600 y en algunos lugares incluye fotos o filmación). “Nosotros tenemos entre veinte y cuarenta saltos de bautismo por fin de semana, desde los que quieren darse un gusto inolvidable hasta extranjeros que aprovechan que ahora somos uno de los países más accesibles con calidad internacional. En lo que respecta a las edades hay de todo. Hace un año tuve a una mujer de 85 años. Aterrizamos, se pidió una cerveza y se fumó un cigarrillo”, asegura Higuero.

“Se puede practicar paracaidismo desde los 16 años y nueve meses con autorización de los padres, que es lo que marca la disposición legal”, aclara Barber. “Y lo bueno es que no hay diferencia por sexo. Aunque es cierto que hay más hombres que mujeres. Pasa que cuando empiezan a tener hijos muchas se alejan de la práctica. Pero también están las que regresan.”

Hay que completar 26 saltos para poder dar examen ante inspectores de la Fuerza Aérea y recibirse de paracaidista deportivo (categoría A, según la Federación). Las técnicas de enseñanza varían: con caída libre desde el primer salto, en tándem hasta el tercer salto, con apertura automática de paracaídas hasta el cuarto salto… Y los costos también, sobre todo si aumenta mucho el combustible del avión. Un curso rápido teórico-práctico de siete saltos, cuesta $ 4.500. En algunos clubes –como el SkyDive Bahía, de Bahía Blanca– hacer el curso clásico completo demanda una matrícula de $ 500 y luego $ 150 por salto. El equipo siempre está incluido. Después, se puede seguir con el curso de piloto tándem, para el que se requiere tener más de 500 saltos acumulados. Los saltos en la etapa “egresado” tienen un costo de $ 120, un alivio para los que ya le tomaron el gusto a la adrenalina.

Los paracaídas son otro tema. “Se calcula 150 pies cuadrados de tela para una persona de 70 kilos. Eso es para uso profesional –aclara Barber– Cuando sos alumno arrancás con uno de 320 pies y a medida que mejorás el instructor te va bajando el metraje de la tela”. Adquirir un equipo nuevo –generalmente hecho en EE.UU o Francia– cuesta alrededor de US$ 6.000 y si bien no tienen fecha de vencimiento, también se los cambia por otros modelos o se los actualiza, tal como se hace con un automóvil.

“Entre federados y no federados sumarán 800 paracaidistas en todo el país y casi siempre hay un argentino en competencias internacionales, lo que habla del nivel de nuestro paracaidismo.” ¿Y la seguridad? “La tecnología ha logrado que deje de ser una práctica extrema para ser un deporte de riesgo. Todos los equipos, que pesan casi diez kilos, constan de dos paracaídas y un abridor automático que lo dispara en caso que la persona no lo haga o no pueda hacerlo. El porcentaje de accidentes es muy bajo y se da en las personas que acumulan mayor cantidad de saltos. Marcelo Villar, un gran paracaidista e instructor, suele decir que lo que importa no es el cuadrado de arriba sino el cuadrado de abajo. Esa frase me gusta tanto como la de un famoso paracaidista norteamericano que ante la pregunta de un periodista acerca de a qué temía cuando iba a saltar respondió: al tráfico hasta que llego al aeroclub.”

De récord en récord

Las formaciones de muchos paracaidistas en el aire se han transformado no sólo en un gran espectáculo sino en una modalidad que engrosa las listas de récords. Entre los argentinos con más participación en estos eventos –a los que se accede por selección e invitación– está el bahiense Guillermo Görg, que a sus 37 años ya lleva 20 de práctica y 15 de instructor. Hace dos años, en Tailandia, saltó junto a otros 399 paracaidistas de 31 países desde una formación de cinco aviones Hércules a 8 mil metros. “A esa altura hubo que usar mascara de oxígeno. Fue en conmemoración de un aniversario del rey tailandés. Pero no fui el único argentino. Había otro entre los 11 cámaras que registraron la formación, que representaba los colores de la bandera de Tailandia.” Ese mismo años también participó del mayor salto civil en masa en Bangkok junto a mil paracaidistas. “Este tipo de salto es una experiencia hermosa, que multiplica la sensación del salto individual.” En octubre pasado ganó el campeonato de Brasil con un equipo que formó junto a un paraguayo y dos brasileños. La competencia exigía la mayor cantidad de figuras en esos 35 segundos que van desde el principio del salto hasta la apertura del paracaídas. “Lo increíble no es que le hayamos ganado al ‘imbatible’ equipo local sino que el estado brasileño nos haya elegido después a nosotros para representarlos en el campeonato mundial de 2010 en Rusia. Todo un ejemplo de cómo Brasil apoya al deporte en general.

Vení, volá, sentí

Globo aerostático: La gigantesca bolsa de tela impermeabilizada se infla con aire caliente y el globo se eleva gracias a la diferencia de densidad entre el aire caliente y el frío. Los pasajeros van en una barquilla o canasta que pende del inmenso globo. En Capilla del Señor, a 90 km de Buenos Aires.

Parapente: Una vela de diez metros por dos, unas cuerdas, un arnés y dentro de él un hombre balanceándose con el viento. En esta práctica económica, de media hora, se despega y se aterriza con la fuerza de las piernas. Se practica en casi todo el país, sobre todo en la cordillera y en la Patagonia. También en Sierra de la Ventana y San Vicente, a cuarenta minutos del Obelisco ($ 170).

Ala Delta: Es parecido al parapente pero con más tecnología. También utiliza la fuerza aerodinámica ascendente para mantenerse en el aire, sólo que en este caso se trata de una vela triangular sustentada por una estructura de aluminio. En el centro y por medio de un arnés va el piloto, suspendido panza abajo y utilizando los movimientos de su cuerpo para modificar la dirección y la velocidad. En Valle de Punilla (Córdoba), Merlo (San Luis) y Cerro San Javier (Tucumán). En el aeroclub de Mercedes (Buenos Aires) funciona una escuela.

Paramotor: Versión motorizada del parapente, con un pequeño motor con hélice ubicado a espaldas del piloto. Se ve mucho en el verano, en zonas de playa. En Cañuelas, el grupo La Búsqueda realiza vuelos de bautismo ($ 150).

Bungee Jumping: Es saltar al vacío desde una plataforma a gran altura, con las piernas y la cintura atadas a una cuerda elástica que permite la caída acelerada hasta que se tensa y se rebota hasta la suspensión. En el dique Cabra Corral, Salta, durante todo el año.

Fuente: Perfil Turismo
http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0425/articulo.php?art=18644&ed=0425

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