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Publicado: 03/01/2010
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Fuente: Página 12 Turismo

Una ciudad balnearia sin semáforos donde predominan las bicicletas. Paseos en cuatriciclos por las dunas, pesca, buceo, cabalgatas y 22 kilómetros de playas para elegir, desde desiertas y sin servicios hasta sofisticados paradores con piscina climatizada y jacuzzi.

Lo primero que hace mucha gente al llegar a Miramar es dejar el auto y agarrar la bicicleta. Y a lo largo de las vacaciones es raro que vuelvan a encender el motor, porque a casi todos lados en la ciudad se puede llegar en bicicleta o a pie. Pero quienes más disfrutan de este perfil ciclístico a lo ciudad china son sus 30.000 habitantes, que casi en su totalidad tienen bicicleta.

Al recorrer las calles se deduce a simple vista que en Miramar hay más bicicletas y motos que autos. Y por si quedara alguna duda, no hay un solo semáforo en la ciudad, simplemente porque no hace falta. Ya que lo normal es que si dos autos se encuentran en una esquina frenen al unísono ofreciéndose paso uno al otro. Claro que, en pleno enero, llega gente de Buenos Aires con su ritmo de gran ciudad. Pero según los lugareños, a los dos o tres días todos incorporan el ritmo de Miramar.

La ciudad es pequeña, con agradables calles arboladas, a veces con bulevares en el medio. Predominan las casas bajas estilo chalet con piedra Mar del Plata, y una línea de edificios no muy larga se levanta sobre la costa a la altura de las playas del centro. Si se la compara con Mar del Plata, Miramar es bastante más tranquila, menos masiva y sin tanta vida nocturna o espectáculos, que por supuesto los tiene en su correspondiente medida. Pero si se la compara con los balnearios más exclusivos escondidos en el bosque y con calles de arena –como Mar de las Pampas y Cariló–, justo es decir que no tiene ese nivel de calma y silencio. Por eso podría considerarse que Miramar es una especie de intermedio entre la gran ciudad balnearia y las villas costeras.

Las Playas

En total Miramar tiene 22 kilómetros de playas con 44 balnearios muy amplios, la mitad de ellos con servicios. Las playas están distribuidas en tres sectores comenzando por la zona norte, donde están las más buscadas. Por un lado, las playas del norte están algo apartadas de la zona más poblada y requieren de un vehículo para llegar. Por eso tienen menos gente y al mismo tiempo el alquiler de una carpa cuesta el doble que en el centro. En estas playas se organizan campeonatos de surf, vóley playero y rugby, y también actividades de entretenimiento para chicos, campeonatos de truco y por sobre todo de ese otro juego de cartas llamado buraco.

Las playas del centro están entre las avenidas 9 y 29 y son las más concurridas –también son más chicas– y se caracterizan por la sofisticación de los servicios que ofrecen. El bien más preciado de las playas –y el más caro– es algo tan intangible como la sombra. Como hay mucha competencia entre quienes venden sombra –alquiler de carpas y sombrillas–, la oferta incluye valores agregados (masajes, piscinas climatizadas, Internet satelital, juegos inflables, quinchos para asados, jacuzzis y hasta bibliotecas).

Las playas del sur son las más naturales y agrestes. Hay un solo parador con piscina, restaurante y tobogán de agua. Pero a partir de allí comienzan 15 km de playas absolutamente vírgenes precedidas al principio por el pulmón verde del Vivero Dunícola y luego por un desierto de dunas.

Las del sur son playas más interesantes en el sentido de la tranquilidad. Y mientras más lejos uno se vaya, mayor será la soledad, que incluso puede ser total. Pero claro, hace falta un vehículo propio doble tracción para llegar, y así y todo hay que tener cierta habilidad para no quedarse atascado en la arena.

A las playas del sur se puede llegar también con una caminata de 15 kilómetros de ida, o mejor aun con una cabalgata guiada, una divertida excursión en cuatriciclo o con otra que se realiza en camión unimog, siempre atravesando el bosque para desembocar de repente en las playas abiertas.
Hay días en que las olas de Miramar se parecen a las de Hawai.

En el bosque

Bernardo Anastasio Holguín tiene 73 años, 53 de los cuales los lleva dedicados a llevar turistas a caballo por el bosque del Vivero Dunícola de Miramar. Vive en un rancho campestre en el límite de la ciudad, donde tiene ocho perros, dos loritos parlanchines, gallinas, palomas mensajeras y por supuesto sus caballos. Ya su abuelo era un hombre de a caballo que se dedicaba a llevar hacienda de un campo a otro. “Yo me crié acá en el monte”, dice Don Holguín señalando el denso bosque hacia el que nos dirigimos, que está plantado sobre las dunas frente a su casa.

El nombre oficial de ese bosque es Vivero Dunícola Florentino Ameghino y abarca 502 hectáreas. Allí se plantaron hace varias décadas miles de pinos, eucaliptos y acacias, creando un ambiente boscoso frente al mar. El bosque es un laberinto de senderos que se entrecruzan. Y el lugar más curioso que hay en él es el Bosque Energético, llamado así por el “alto nivel de energía que se concentra en el lugar”. Al principio uno desconfía, pero hay una prueba que permite observar que algo poco común ocurre en un sector específico de 300 metros cuadrados. Allí se puede tomar del suelo una rama seca y clavarla en la arena dura, para luego colocarle encima otra rama de manera perpendicular, como formando una T. Y con asombrosa facilidad, la rama queda suspendida sobre la otra, oscilando suavemente en equilibrio. Al lugar llegan, por supuesto, muchas personas a meditar y a tratar de absorber algo de esa energía ignota que habría en ese rincón del bosque, tan denso que no permite el ingreso de luz del sol.

Don Holguín conduce a sus viajeros por los vericuetos del bosque que conoce al dedillo, y sin previo aviso los saca de esa oscura dimensión para colocarlos frente a un mar abierto con arenas blancas que se extienden hasta el infinito a los dos costados. Quienes saben cabalgar le imprimen un poco de acción al paseo trotando en la orilla del mar para salpicar agua para todos lados.

Esta misma excursión por el bosque se puede hacer de una manera más vertiginosa en cuatriciclos doble tracción con un guía al frente del grupo. Así se atraviesa el bosque visitando los mismos lugares hasta salir de la vegetación a un sector de dunas. Allí la diversión mayor es bajar a toda velocidad por una duna gigante de unos 30 metros de altura, para después seguir por las kilométricas playas desiertas y darse un chapuzón en medio de la nada.

A bucear y volar

Miramar es un buen lugar para aquellos que deseen tener una primera experiencia de buceo con total seguridad en la tranquilidad de un estanque de 4 metros de profundidad. El lugar se llama Aventura 4 Elementos y está sobre la Av. Costanera al 2085. Allí hay un piletón techado con agua climatizada con una sencilla escenografía de fondo del mar y muchos peces como carpas coi, viejas de agua, chanchitos del arroyo y carasius. Por lo general se suele bucear los días nublados y con unas pocas instrucciones del profesor cualquier novato ya está buceando plácidamente. Para los chicos hay también un estanque más pequeño donde practican snorkel y buceo con equipos a su medida.

Ganar el cielo a bordo de un silencioso planeador quizá sea la forma más pura de volar. Y en el Aeroclub de Miramar se puede hacer realidad ese viejo sueño de los hombres, de volar por la fuerza del viento. Para eso se necesita primero ser remontado por una avioneta común, casi como si el planeador fuera un barrilete. Una vez que ha ganado altura, se suelta la soga que lo une al avión y el planeador queda suspendido en el aire al arbitrio del viento y la destreza del piloto. Dicen los aviadores que en estos livianos aparatos se experimenta la verdadera sensación de volar, como si las alas fuesen una extensión de los brazos o una parte del cuerpo que sirve para buscar las corrientes ascendentes de aire.

El vuelo dura unos 15 o 20 minutos deslizándose a 140 km/h, y muchas personas se marean al volar por primera vez. Desde lo alto se ve Mar del Plata, la laguna de Mar Chiquita, la Sierra de los Padres y la inmensidad radiante del mar. En un vuelo de bautismo, el novato se sienta en la parte delantera del aeroplano y lo único que tiene que hacer es disfrutar del paseo aéreo, ya que los comandos los lleva exclusivamente el piloto. Desde la cabina, que parece una cápsula de acrílico, se aprecia un espectacular panorama de 180 grados. La experiencia carece del vértigo de un parapente, y lo más impresionante es la sensación de deslizarse por el aire en absoluto silencio y con total naturalidad, realmente como los pájaros.

Pesca, Surf y Agroturismo

Miramar es un lugar muy conveniente para la pesca deportiva embarcada, tanto por los resultados como por el precio. Se sale en grupo de diez personas en un gomón semirrígido para pescar mar adentro, donde proliferan buenos ejemplares de meros, besugos y salmones. Más cerca de la costa, en cambio, pueden morder el anzuelo pescadillas, corvinas, peces palo y gatusos. En una buena jornada cada pescador puede volver a la costa luego de cuatro horas y media con una caja de pesca variada con unas 30 o 40 piezas. La técnica utilizada es el tradicional spinning y aquí no hay habilidad que valga –como sí ocurre con el fly fishing– sino que hay que soltar la línea, dejarla hundirse y sentarse a esperar. De todos modos los guías van con una ecosonda identificando cardúmenes.

Una visita de agroturismo muy agradable que se hace en Miramar es a la Escuela de Educación Agropecuaria Nº 2, inaugurada en 1948 en un hermoso edificio que mezcla aires coloniales con ondulaciones italianas. Allí un grupo de alumnos secundarios se especializan en actividades agropecuarias como la siembra, la producción de leche, queso y chacinados. Con un guía se recorren los campos de la escuela y se visita –siempre de manera gratuita por las mañanas– el tambo lechero y la fábrica de chacinados en plena actividad.

En Miramar hay una escuela de deportes extremos llamada Billabong, donde se enseña surf, skate y técnicas de circo en un trapecio. La modalidad que atrae a más alumnos es el surf, y por lo general en el primer día de clase uno ya aprende a remar con los brazos para agarrar las olas en el momento correcto, a pararse de un saltito e incluso a avanzar unos pocos metros sobre la ola. Lo ideal es tomar un curso de cinco clases para aprender todos los trucos de esta especialidad.

Fuente: Página 12 Turismo
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-1690-2010-01-03.html


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