A 15 kilómetros de Luján, Carlos Keen es quizás el pequeño pueblo turístico bonaerense más conocido por los porteños. La ruta 7, por la que se llega, fue remozada: ya no es aquel camino intransitable lleno de baches que hacía más complicada la aventura. Una vez allí, la villa asoma con su encanto de casitas bajas y sonidos tranquilos, más algún perro ladrando desorbitadamente vaya a saber a qué espíritu de antaño que extraña su querencia.
La iglesia de San Carlos Borromeo (1906), la escuela, el viejo correo, la biblioteca popular y el centro cultural El Granero en la vieja estación de tren desnudan su parsimonia a los atribulados porteños que llegan con otros ritmos y, lentamente, se amoldan a los tiempos serenos del pueblo.
Para comer, los restaurantes Angelus, Maclura, Bien de Campo, La Casona, Lo de Tito o el Comedor Los Girasoles cubren las expectativas de los paladares gourmet. Especialmente este último, perteneciente a la fundación Camino Abierto: desde el deck del comedor donde se sirven especialidades exquisitas como los ravioles de borraja, los ñoquis de rúcula y zapallo, el conejo a la cazadora o los panes al horno de barro se ven la huerta orgánica y los gansos que chapotean en el lago con peces. Hugo Sentineo y Susana Esmoris educan allí a chicos en situación de riesgo y les dan herramientas y esperanza para encontrar la armonía perdida.
Fuente: La Nación Turismo
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1242798