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MISIONES > LA RUTA DE LA SELVA Riberas de oro verde

Publicado: 07/12/2017
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https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-3483-2016-11-13.html

Los caminos misioneros son un verde tapiz selvático surcado por arterias de tierra colorada. Crónica de un viaje desde Posadas a Iguazú, recorriendo lodges y navegando junto a las orillas exuberantes de los Saltos del Moconá, aquellos que “todo lo tragan” con la furia del agua.

 

Bosque atlántico interior. O mata atlántica, o selva paranaense, o la familiar selva misionera. Son todos los nombres de este universo verde que resiste al avance del ser humano y la agricultura apretando árboles contra lianas y helechos contra musgos, como cerrando filas ante la amenaza de quien la tala, la reduce, la minimiza. Este viaje quiere conjurar ese fantasma conociéndola, caminándola, disfrutando la música cantarina de la lluvia que pega contra sus hojas y los rayos del sol que luchan por abrirse paso hasta las profundidades de un suelo lejano.

 

La Ruta de la Selva no es un nombre de fantasía sino una realidad impulsada desde la Secretaría de Ecoturismo misionera con el objetivo preciso de generar una propuesta de turismo sustentable. El trazado incluye seis departamentos de la provincia y decenas de municipios como Puerto Iguazú, Wanda, Andresito, San Antonio, Bernardo de Irigoyen, San Pedro, San Vicente, El Soberbio, Dos de Mayo, Alba Posse y Aristóbulo del Valle, con tramos de las RN 12 y RN 14 además de varias rutas provinciales, y seis pasos fronterizos con Brasil. Hilvana a su paso parques provinciales (entre ellos Moconá, Salto Encantado, Reserva de la Biosfera Yabotí) y reservas privadas, con el Parque Nacional Iguazú como estrella final de un recorrido que suma más de un millón de hectáreas de manejo sustentable. “La Ruta de la Selva es lo primero que nace, el paraguas que lo engloba todo, incluyendo dos itinerarios especiales, el Circuito de Lodges de Selva y la Huella Guaraní. El Circuito de Lodges agrupa a 49 establecimientos a lo largo de todo el territorio misionero, enclavados en áreas naturales protegidas que suman en total una superficie 36 veces mayor que la Ciudad de Buenos Aires. Y la Huella Guaraní es el primer sendero etno-turístico de largo recorrido de Misiones, y el más largo del país en ambiente de selva”, sintetiza Fabio Zappelli, secretario de Ecoturismo de Misiones.

 

 

PUNTO DE PARTIDA Hay muchas formas de iniciar la Ruta de la Selva, accesible desde distintos portales de la provincia. La nuestra empieza partiendo temprano desde Posadas rumbo a Santa Ana –a 30 kilómetros en línea recta y a 60 por ruta– donde la gigantesca Cruz de la Selva se convierte en un excepcional atalaya sobre el mar verde que se extiende a nuestros pies. Desde los 72 metros de altura del primer mirador, la vista se extiende sin obstáculos a la par de los jotes y milanos, desde la selva hasta el río Paraná que traza la línea natural de la frontera. Una vez abajo, se puede recorrer el sendero de aventura Tapé Arami, que permite entrar en el monte de la mano de los guías, y visitar un mariposario. “La cruz está aquí –explica Adel Fernán, guía del parque– porque el cerro Santa Ana es el más alto del sur de la provincia, con 360 msnm, y representa la evangelización de los guaraníes: estamos rodeados de reducciones, desde la de Santa Ana a Loreto, San Ignacio y Santa María la Mayor”. Este circuito misionero, consagrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se puede recorrer desde Posadas y desde la propia Santa Ana: hoy sin embargo nuestra ruta nos llevará en otra dirección, cruzando transversalmente la provincia hacia las orillas del río Uruguay y El Soberbio, portal de entrada hacia los segundos saltos más famosos de Misiones, los elusivos Saltos del Moconá. Nos acompañan una lluvia persistente, que intensifica los colores del paisaje, y una incógnita: ¿podremos verlos?

 

 

EL QUE TODO LO TRAGA La belleza e imponencia de las Cataratas del Iguazú, la postal que pone a Misiones en el mapa turístico del mundo, es bien conocida. Pero para conocer realmente la provincia, para saber un poco más de qué se trata la selva que cautivó a Horacio Quiroga, hay que recorrer las rutas interiores que se internan en ese paisaje donde los árboles son el único horizonte y la tierra roja tiñe todo lo que toca.

Cuando llegamos al Don Moconá Virgin Lodge ya es de noche. Este hospedaje que forma parte del circuito de Lodges de Selva, y que junto con otros seis (Yacutinga, en Andresito; La Aldea de la Selva e Iguazú Jungle Lodge, en Iguazú; Puerto Bemberg, en Wanda; Tacuapí en Aristóbulo del Valle y Yucuma en Colonia Paraíso) está certificado por Rainforest Alliance, es un oasis ubicado en la Reserva de Biosfera Yabotí a 65 kilómetros de El Soberbio y apenas seis del Parque Provincial Moconá. No hay señal de celular y el wi-fi es aleatorio, según el capricho conjunto del clima y la tecnología: y este dato, que intensifica el aislamiento de la “belleza sombría y calma” de la selva, tal como la describió Horacio Quiroga, debe ser tenido en cuenta por el viajero a la hora de organizar su viaje hacia los Saltos del Moconá, porque puede complicar la logística para comunicarse con guías y conocer el estado preciso de estas caídas de agua que se forman a lo largo de una fractura de tres kilómetros en el lecho del río Uruguay. La particularidad es que esta falla es transversal: por eso los Saltos del Moconá impresionan no tanto por su altura, que puede alcanzar los diez metros, sino por la longitud y la intensidad de las cascadas, que hacen de la navegación una inyección de adrenalina. El detalle imprevisible es que ver o no los saltos depende de una conjunción de factores, que van desde el régimen de lluvias hasta la acción de las represas brasileñas río arriba: cuando se abren las compuertas y sube el nivel de las aguas, los saltos desaparecen. Nos vamos a dormir entonces, rodeados de los sonidos que revelan la vida nocturna de la selva espesa, con esa incógnita. La respuesta la tendrá la mañana siguiente.

Y la mañana se levanta radiante. La selva que anoche parecía casi amenazante, cuando recorrimos los caminitos que llevan hasta cada cabaña del lodge –apartadas del edificio central donde funciona el restaurante– hoy se muestra amigable, revolotean los colibríes y cuando llegamos al ingreso del Parque Provincial Moconá nos esperan buenas noticias. Los saltos se ven.

René Scheffer es guía del parque y, mientras esperamos que se apresten las lanchas, nos lleva a recorrer el sendero Chachí Bravo, un paseo selvático entre árboles gigantescos, lianas, helechos y plantas epífitas que conforman los distintos niveles del dosel verde. Mariposas, arañas, colibríes nos siguen durante todo el camino. Sobre todo las “88”, las mariposas más emblemáticas de esta parte de Misiones, que tienen ese dibujo perfectamente trazado y visible cuando cierran las alas. Sin timidez, se posan por todas partes, hasta que llega el momento de embarcar en los semirrígidos para acercarse a los saltos, aquellos que “todo lo tragan”, según su significado en guaraní. Y los veinte minutos de paseo alcanzan para confirmarlo: si bien no se ven muy altos, por el nivel del agua, deslumbran por la potencia con que caen, formando borbollones de espuma rojiza a lo largo de todo el trayecto. La embarcación avanza al borde de los saltos con la firmeza del motor, pero el agua le compite en fuerza, vibraciones y sonido, llenando el corazón de emoción y aventura.

 

CORAZÓN DE SELVA Nuestro siguiente destino es Yucuma Lodge, en Colonia Paraíso. Nuevamente la lluvia acompaña el camino entre uno y otro, que atraviesa las casitas coloridas de la colonia, entre las miradas tímidas de los habitantes que apenas se dejan entrever por las ventanas. Aquí el hombre se impuso sobre la selva, pero es también uno de los paisajes culturalmente más bellos de la provincia de Misiones. Por las rutas de tierra roja circulan todavía los carros polacos tirados por bueyes, atravesando pueblos donde conviven mestizados los pueblos de origen guaraní y los del este de Europa. Pronto se entiende por qué El Soberbio se considera la Capital Nacional de las Esencias: a un lado y otro de la ruta brotan las plantaciones de lemongrass y citronela, planta conocida por sus propiedades para ahuyentar mosquitos y otros insectos.

Construido en altura sobre el arroyo Paraíso, el lodge propone la experiencia de vivir a la altura de la copa de los árboles: “Ir a ver el amanecer sobre la Colonia es mágico –invita Héctor Rebollo, gerente de Yucuma–, la bruma que se levanta sobre el cerro, las plantaciones, las casitas, la capilla católica y la evangélica… Es el pasaje a otro mundo, además del que se ve desde nuestros ventanales”. En este ambiente cálido de madera y aroma a selva se proponen, como en el resto de los lodges, numerosas actividades para sentirse parte del entorno: más allá del mirador situado a 250 metros de altura sobre el río Uruguay y la vecina Reserva Do Turbo, en Brasil, se puede navegar en canoa por el arroyo Paraíso hacia el Salto Escondido y recorrer el circuito de la costa. O embarcarse hacia los Saltos del Moconá, o visitar una aldea guaraní. O bien pasear con José y Fabián, guías de sitio, por el Sendero Citronela, que permite conocer la huerta del lodge, aprender a diferenciar la citronela del lemongrass, saber cómo nace la mandioca, cómo se reproduce la caña de azúcar. Porque tal vez lo mejor de Yucuma está no solo en su espléndida ubicación, sino en el carácter absolutamente local de su servicio, comandado por el histriónico Luis “El Cumpa” Fernández, que permite asomarse a la realidad de la cultura misionera, la riqueza de sus comidas, la vigencia de sus tradiciones, la presencia intangible del puma y el yaguareté. El arroz con feijoada que nos espera a la noche es un ejemplo; las leyendas sobre el Pombero también. Aunque Osvaldo, chofer de nuestro grupo, asegure que “el Pombero no existe. Y yo lo sé bien, porque viví solo en la selva desde los siete años. A esa edad mi familia se fue para las chacras, pero no hubo forma de llevarme”. Y se ríe al recordar la cara de sus hijos cuando, muchos años más tarde, les enseñó cómo cazaba animales con sus propias trampas, allá lejos y hace tiempo, en las cercanías de Oberá. “El Cumpa”, mientras tanto, advierte que más que al Pombero hay que temerle al yaguareté. Y aconseja, por si alguien se lo cruza: “Nunca hay que correr, hay que levantar los brazos, y gritar fuerte, para ser más grande que él. Siempre mirarlo, y nunca darle la espalda”. Y anécdota va, anécdota viene, nos hace pensar que el encuentro con el gran tigre americano sería no solo maravilloso, sino el gran susto de nuestras vidas.

 

AGUAS GRANDES Nuestro viaje por la Ruta de la Selva tiene su punto final en Iguazú, uno de los destinos estrella de la Argentina y el mundo. Leopoldo Lucas, de Iguazú Turismo Ente Municipal, lo confirma: para el verano, el nivel de reservas ya está en un 70 por ciento y además recientemente el Parque Nacional recibió simbólicamente al turista “un millón”. “El público mayoritario es argentino y el desafío es lograr que se quede de este lado –explica Lucas–. Y no se está pensando en limitar el acceso al Parque, pero sí trabajamos para regular y distribuir mejor el flujo turístico de las agencias, sobre todo en los fines de semana largos, para que la experiencia del visitante siga siendo buena”. Esa experiencia se completa, también aquí, con los lodges que permiten vivir Iguazú y su selva más allá del Parque Nacional: como El Pueblito Hotel Temático, con su réplica del antiguo Puerto Iguazú, y la Aldea de la Selva, ambos inmersos en la selva paranaense que nos fue acompañando durante todo el camino por las rutas misioneras. Una excelente puerta de entrada hacia el “agua grande” de Iguazú, donde espera la sorpresa siempre renovada de los saltos, la caminata al ras del agua por las pasarelas y el épico circuito de aventura con navegación al pie de las Cataratas. Y si hay luna llena, el paseo a pie bajo su mágica luz hasta el borde mismo de la Garganta del Diablo, aquella donde se cierra el círculo porque también estas aguas, como Moconá, “todo lo tragan”.

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