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Publicado: 14/02/2010
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Fuente: Página 12 Turismo

Tierra de artesanos que trabajan la piedra con maestría, La Toma es conocida como la Capital Nacional del Mármol Onix. El colorido mineral se extrae de las canteras que bordean el pueblo, situado en el noreste de San Luis, una región rica para la minería y atractiva para el turismo.

Al mármol ónix (del griego onyx, uña, así llamado por las sutiles láminas que forman su estructura) le deben una parte importante de su progreso económico y cultural la provincia de San Luis y, sobre todo, la localidad de La Toma. Bajo ese solo nombre unificador de lo que técnicamente hablando es carbonato de calcio, se conocen distintas variedades del mineral: la San Martín, más bien opaca, de característica dureza y colores castaños y rojizos; la aragonita, de color grisáceo; y el difundido ónix verde, la piedra que identifica a toda la región de La Toma, en el noreste de la provincia.

Con algo más de ocho mil habitantes, La Toma cobró importancia dentro de la geografía de Cuyo por haber sido asiento de una estación del ex ferrocarril de Buenos Aires al Pacífico, que comenzó a funcionar en 1890. Pocos años después, en 1906, quedó finalmente inaugurado el centro urbano, con un nombre dado por la boca-toma sobre el río Rosario construida por los primeros pobladores, entre ellos el francés Carlos Bett. Pero hoy, La Toma está asociada al lema que la reconoce como la Capital Nacional del Mármol Onix.

Siempre fiel a su origen minero, por estos días la extracción de piedras preciosas sigue siendo la principal actividad económica de La Toma. “El 50% de las personas que trabajan en la zona están relacionadas con el ónix”, se entusiasma Enrique Sánchez, el secretario de Cultura del municipio, que como no podía ser de otra manera también es artesano de la piedra. En los alrededores que bordean a localidad hay además yacimientos de cuarzo, feldespato, calcitas y metalíferos como el tungsteno y el berilo.

Molido, pulido y brillo

Como sucede en buena parte del territorio de San Luis, el trabajo vinculado con la minería data de la época precolombina, cuando los asentamientos indígenas existentes –comechingones, huarpes, michilingues, pampas y olangastas– se dedicaban a esta actividad además de la alfarería y el cultivo.

El ónix verde, típico de la zona, es un material translúcido con distintas tonalidades verdosas, de las cuales la oscura es la más apreciada. En general los bochones de la mejor calidad alcanzan los 300 kilogramos, y para su extracción los artesanos recorren 35 kilómetros hasta llegar a la cantera a cielo abierto de Santa Isabel, sobre el cerro Tiporco, principal yacimiento de este mineral verde veteado de origen hidrotermal.
“El Castillo”, en las afueras de La Toma, es un antiguo casco de estancia abierto a las visitas.

A menudo, lo que nace como un pasatiempo desemboca en la continuación de una tradición que parece inscripta en la piedra, pero también en las manos de los habitantes de la ciudad. Así se fueron poniendo en pie, poco a poco, unos sesenta talleres desde 1960 en adelante: es el caso de Armando Gil y varios más que tienen en La Toma un comercio y taller donde producen artesanías en ónix. “Soy un loco de las piedras, voy viajando por el mundo buscando nuevas piezas para seguir innovando”, cuenta Gil, al frente del emprendimiento Piedras Argentinas.

Una vez que ingresa al taller una pieza puede llevar desde diez minutos hasta quince días de elaboración, según el trabajo que se realice: “Utilizamos discos de corte para comenzar a darle forma, luego lo pasamos por una moldeadora y ya se va preformando la pieza. Después la pulimos y le damos brillo”, explica Gil, mostrando trabajos terminados donde se aprecian las vetas y secretos del mineral. De diferentes tamaños, las artesanías más características son las que se elaboran para decoración con formas de animales de la zona, aunque también se preparan joyas, pavimentos y revestimientos internos. De este modo, como en un combo turístico-minero, los productores artesanos abren las puertas de sus talleres –una buena parte de ellos instalados en la bien llamada Avenida del Mármol Onix– para organizar visitas guiadas donde se desnudan todos los procesos de producción. Como broche, no de oro sino de ónix, los visitantes no suelen resistir la tentación de llevarse un duradero recuerdo de mármol.

Las tierras del Onix

Más allá de la minería, La Toma tiene otras alternativas atractivas en verano para los viajeros en busca de descanso y “desenchufe”. En los últimos cinco años, con intención de recibir mejor a un mayor caudal de turistas, se desarrolló a tres kilómetros de La Toma el balneario municipal que besa el río Rosario. Junto a las aguas del río, cuyo curso nace en el cerro del mismo nombre y se pierde en la localidad de Juan Llerena, se pueden disfrutar asados, mateadas bajo los árboles y pesca de pejerreyes (“los más ricos del país”, juran en La Toma).

Los cerros que custodian la zona hacia el noreste y el oeste, entre los cuales sobresalen el del Morro y el del Rosario, alteran la postal del paisaje llano que interacciona con el aire serrano. A no más de diez kilómetros, los turistas pueden encontrarse con el dique del río Rosario, punto principal para la pesca, al que se llega luego de andar por un camino asfaltado. Sin embargo, no es el único sitio donde buscan refugio los pescadores: también es muy solicitado el dique San Pedro, unos 14 kilómetros al norte, que se encarga de regular las aguas procedentes del río Conlara. Aquí una cascada de veinte metros de altura es otra fuente de atracción para refrescar los corazones durante el largo verano.

El viejo castillo

Símbolo de la historia que engloba toda esta tierra, el conocido castillo construido a mediados del siglo XIX a sólo dos kilómetros de La Toma es una verdadera pieza de arquitectura patrimonial en la región. Constituido por un casco de estancia al estilo de un castillo español, la edificación albergó el primer asentamiento poblacional existente varias leguas a la redonda, donde los primeros habitantes se resguardaban de los malones. Además fue la vivienda particular de don Carlos Bett, quien años más tarde fundaría La Toma. Hoy “el Castillo”, como se lo conoce, conserva su torreón y la apariencia de fortaleza medieval: vale la pena visitarlo, ya que abre sus puertas a los turistas. Además en las cercanías se encuentran otras estancias edificadas hacia fines de 1855, que bien pueden completar la recorrida de una región moldeada como una piedra preciosa, donde la personalidad de los habitantes recuerda las características del mismísimo ónix: cierta aspereza al primer contacto, que no tarda en fundirse en una sensibilidad única y radiante.

Fuente: Página 12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/turismo/9-1723-2010-02-14.html


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