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Publicado: 18/04/2010
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Fuente: La Capital

El valle de Ongamira es un bello escenario y un lugar de respeto y recogimiento donde fueron masacrados muchos aborígenes a manos de los conquistadores.

Esperar la llegada del otoño en las Grutas de Ongamira es una fiesta para los ojos. Desde hace unos años, se celebran los solsticios y los equinoccios por estas tierras cordobesas, ubicadas en el norte de las Sierras Chicas, a 20 kilómetros de Capilla del Monte, entre verdes cerros, rojas montañas, tambores consagrados, fuegos ardiendo y ceremonias ancestrales.

El valle se encuentra formado por rocas sedimentarias de gran tamaño pertenecientes al período cretácico (de 120 a 130 millones de años de antigüedad aproximadamente) denominadas "areniscas rojizas" con bosque serrano en el pié de los montes y pastizales de altura en las cumbres. Ongamira en lengua comechingona significa "la energía de todo lo creado" y es lo que se percibe en el cuerpo, en el alma y en el corazón cuando uno se adentra por los senderos hacia las oquedades de la montaña, cuando se eleva la mirada y la vista alcanza grandes aleros, cubiertos de helechos, flores, vertientes y chirrios (aves de las grutas) revoloteando por las altas paredes rugosas, húmedas, erosionadas por el viento y el agua.

El cerro Pajarillo (1.700 metros sobre el nivel del mar), el cerro Aspero (1.640 msnm) y el Colchiqui (1.575 msnm) son los eternos y pétreos guardianes del lugar que por sus formas le otorgan magia al enigmático paisaje. Ongamira albergó a una de las culturas más antiguas del país: Ayampitín, con unos 8000 años de antigüedad, aproximadamente. Es en estos sitios donde Aníbal Montes y Alberto Rex González descubrieron importantes yacimientos con vestigios arqueológicos como restos de alfarería, puntas de flecha y utensilios de los hombres primitivos pertenecientes a tribus de cazadores y recolectores nómades a los que les continuaron en evolución los originarios comechingones.

El cerro de los dos nombres

En tiempos donde los "camiares" como también se llamaban a los comechingones, vivían libres en pleno contacto con la naturaleza, el cerro se llamaba Charalqueta, reverenciando al dios de la alegría. Cuando llegó uno de los primeros encomenderos, Blas de Rosales (compañero del fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera) por 1573 con intenciones de extraer minerales de la zona, la "indiada" se levantó y resistió defendiendo ferozmente sus sacates (pueblos), dándole muerte al invasor.

Y en muy poco tiempo la venganza llegó con mucha sangre derramada porque fue en el valle de Ongamira donde se produjo una de las matanzas más cruentas de la historia de Córdoba. Los españoles subieron al cerro con sus caballos por el poniente mientras los comechingones resistían en la lucha. Muchos ancianos y mujeres con sus niños se arrojaron al vacío para no entregarse ante el yugo del conquistador, ofreciendo su última sonrisa a Charalqueta, el dios de la felicidad. A partir de este suceso el cerro cambió de nombre a Colchiqui, refiriéndose al dios de la fatalidad, de la tristeza.

Nueva fuerza

Desde siempre la zona ha sido muy codiciada por su riqueza mineral, paisajística y por la abundante diversidad de flora y fauna, por la pureza que existe en ella. Cielo, tierra, sol y agua son responsables de tanta belleza. A este lugar hay que seguir protegiéndolo, como lo hacen actualmente los habitantes de Ongamira y vecinos autoconvocados con su grito de ¡Ongamira Despierta!

Ellos le vuelven a decir "no a la mina, si a la vida". Resistiendo mediante acciones concretas que despiertan conciencias, otra vez más enfrentando a las fuerzas oscuras que pretenden acabar con la cultura, la identidad y la naturaleza mediante explotaciones mineras a cielo abierto. Cada uno desde su lugar, debemos retomar la vigilia, estar atentos, acompañar a la tierra en este proceso de convulsiones naturales, sociales, económicas y políticas.

"La tierra no está enojada, la Pachamama se está sanando" fue una de las frases que resonaron el 21 de marzo en el encuentro de 8.000 tambores por la paz, que se realizó en la entrada a las grutas. Pues entonces acompañemos en nuestro andar a la tierra como deberíamos hacer los padres con nuestros niños, protegiéndola con cuidados, proveyéndole seguridad y alegría para que se recupere, ofreciéndole el trabajo de servicio para con nuestros hermanos para que volvamos a sentir nuevamente que somos parte del todo.

Desde las Grutas de Ongamira y evocando ceremonias antiguas, Goyo Masmán Flores y sus amigos tocan tambores, realizan temascales, hacen sonar cuencos sagrados e izan wipalas con mucho respeto y humildad. Allí se invoca a los espíritus del cóndor, del águila, del colibrí. Se invoca a los apus de las montañas, de los ríos, del viento, del sol. Allí llega un hermano coya y saluda en quechua, una canadiense canta una canción sioux junto a Umay, "la que sabe" de hierbas medicinales; allí Daniel Brower comparte los cuencos de cuarzo con sus círculos de sonidos, y allí también la gente se encuentra mas allá de las fronteras.

Fuente: La Capital
http://www.lacapital.com.ar/ed_turismo/2010/4/edicion_77/contenidos/noticia_5041.html


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